12.18.2021

MATERNIDAD

 



Nada hay más simple que lo que no tiene explicación. Así, hay un caudal común a todos los que estamos en vida, seamos humanos, plantas o animales; temas corrientes, sobreentendidos, que por naturaleza son esenciales a cada uno de nosotros desde el mero comienzo de lo que es. 

Hablamos, por supuesto, de la vida, la muerte, el amor, esas cosas que todos conocemos y hemos experimentado de alguna manera, que compartimos y no explicamos a nadie porque es lo básico, el punto de partida para entendernos. 

Pero a los humanos nos encanta hablar y analizar estas cosas, nos extendemos con deleite en revisar una y otra vez y desde muy diversas perspectivas, esos temas que no se pueden explicar, pero que a lo mejor, por eso mismo, resultan tan fascinantes. 




La maternidad, nos parece, está entre esos temas, tan cercano o tal vez tan adentro de ellos que es probable que sea el puro origen de todo. 

Cuando nombramos la palabra maternidad, la imagen que se nos viene a la mente es la de una mujer con un niño en brazos. Eso sería sólo un caso particular de maternidad, la maternidad biológica: la hembra ha procreado un ser a su imagen y semejanza. Qué maravilla, en esto la madre es como Dios, comparte con El la capacidad de crear, de hacer existir a otras criaturas semejantes a ella misma.   

Este ser se ha formado en el vientre de la madre y ha sobrevivido allí cuarenta semanas, protegido, nutrido, socorrido en la tibieza y el cobijo más perfectos que haya de experimentar jamás. 

Creemos que el paraíso terrenal que leemos en La Biblia, donde existe todo lo necesario para una vida feliz, es el vientre materno. Allí la criatura está protegida contra todo mal y no sufrirá ninguna carencia. Pero esta situación, como ninguna situación de felicidad y establidad, no es constante, al cumplir las cuarenta semanas la criatura estará preparada en teoría, para enfrentarse a otra realidad muy diferente.

Para seguir en la perspectiva mística, la expulsión del Paraíso sería entonces el nacimiento a este mundo. Con el nacimiento la criatura se incorpora a una vida llena de gravísimos peligros y retos, aunque también posiblemente llena de gozo, alegría y éxito. Sobre todo debe enfrentarse a una existencia perentoria, sólo dispondrá de un cierto número de años para lograr lo que decida hacer con su vida. 

Ese momento del nacimiento, o de la expulsión del paraíso, marca un cambio decisivo en el futuro de la madre y del hijo, porque todo será diferente en un instante. La niña se convertirá en adulto, dejará atrás su condición de receptora y solicitante y será proveedora, su creación dependerá de su cobijo y de su cuidado para poder quedarse en esta vida. Biológicamente la hembra está preparada para engendrar, procrear, parir, nutrir y proteger. Muy importante es tomar en consideración que para proveer no necesita moverse de sitio, no necesita salir a cazar ni a buscar nada, porque todo lo que necesitan ella y su criatura está vivo y perfecto dentro de ella misma. El sólo hecho de pensar en esta verdad indiscutible debería ser argumento suficiente para explicarnos que madre y criatura están indivisiblemente unidas desde el comienzo. 

La ciencia ha clasificado extensamente la conducta de la madre, porque como sabemos, no siempre la madre, individuo inmerso en una organización social imperfecta, con frecuencia no tiene la posibilidad de actuar acorde a lo que la naturaleza le dicta; y es que las circunstancias influyen sobre los actos de nuestra vida, muchas veces vemos aparentemente roto el lazo que une a la madre con su hijo por exigencias meramente circunstanciales pero que pesan hasta el punto de modificar la sustancia de las cosas. De modo que no será suficiente con la expulsión del Paraíso para que se cumplan las profecías.

Tenemos como primera reflexión ante los hechos, que ni la felicidad, ni el amor nutriente y protector, ni aún la vida a la intemperie son perdurables.

Dijimos al comienzo que la maternidad biológica era solo un caso particular en el extenso sentido que esa palabra conlleva.  Hay otras maternidades que se expresan en distintos ámbitos y de las que también participamos todos. Nos referiremos a la maternidad básica, la que no necesita explicación, y no es, precisamente, la biológica, aunque ésta la contiene y forma parte de ella. Es importante partir de premisas básicas, por ejemplo, estamos de acuerdo en que maternidad es cobijo, abundante providencia y seguridad, es amparo y asistencia, es comprensión y guía, es espacio cálido. De la maternidad recibimos siempre, es imagen de brazos abiertos y seno protector, es refugio impenetrable contra las fuerzas nefastas. La idea de hogar, de serena tranquilidad, de nutrición y calmado reposo es básicamente maternal y quiero decir que es femenina, desde los comienzos de la civilización y aún antes, por ser la hembra la que lleva en su seno a la criatura en formación y luego del nacimiento está habilitada físicamente para nutrirla de tal modo que su creación no muera en la hostilidad del mundo al que ha ingresado; es la hembra la que desarrolla (y trae por instinto) los medios de atención y protección y esto, una vez establecidos y organizados los humanos en sociedad, ha tendido a prolongarse mucho más allá de la primera infancia. Observando a cualquier especie mamifera y otros pequeños animales como los pájaros, veremos que la crianza y estancia del hijo bajo la protección materna sólo dura unos meses. Pronto la cría tiene que aprender a valerse por sí sola en un ambiente que, aunque no sea la ciudad, igualmente tiene mucho de peligroso reto. Los humanos somos más complicados, aunque no completamente diferentes, porque nos organizamos en sociedad y para subsistir todos juntos tenemos que acatar leyes, cumplir con educación, trabajo, y otras convenciones.

Suponemos que esta reflexión sería muy diferente si estuviese escrita por un hombre, quiero decir, por un ser humano biológicamente diferenciado como macho. A pesar de las muchas discrepancias cada día más crecientes, la diferenciación biológica tiene indiscutibles tendencias muy definidas hacia las actitudes que tenemos frente a nuestra creación. Si la madre muere físicamente, el padre (clásicamente) busca otra mujer para que la reemplace. Y las madres, aunque los hijos crezcan (y porque la vida es así) terminen formando otros núcleos y se vayan de casa, nunca cambiará su perspectiva como dadora de nutrientes y cobijo. Los ejemplos están a la vista de todos. Las abuelas se repotencian como madres frente los nietos y los abuelos reafirman su voluntad de proveedores externos. La nutrición de la madre puede llamarse congénita e intrínseca, ya que el feto se desarrolla adentro de su cuerpo, y desde su propio cuerpo puede nutrir a la criatura una vez nacida. Esta experiencia no puede ser compartida ni experimentada por la contraparte masculina. Hay gestos maternales en hombres, como brindar abrigo, cariño, protección, alimento a sus hijos y nietos, pero la experiencia gestatoria o de amamantar no está a su alcance y esto no es meramente un aspecto formal, esto crea lazos vitales y psicológicos indestructibles pase lo que pase luego en la vida de cada una de estas partes. 

En La Biblia podemos leer que una de las promesas más reiteradas y valiosas de Dios hacia sus criaturas es que los reproducirá y sus descendientes serán tantos como las olas del mar. 

En este punto queremos hacer referencia a la visión bíblica de maternidad. En tres ocasiones, por lo menos, un ángel de Dios se presenta ante una mujer estéril, la mujer es estéril por haber superado la edad de concebir, caso de Sara (esposa de Abraham, Hebreos, 11:11)  o de la madre de Sansón (Jueces, 13:1-22)  o por ser muy joven y no ha conocido varón, como es el caso de la Virgen María. En los tres casos el ángel les anuncia que tendrán un hijo y que esta criatura será la señal de la bendición de Dios. En esta promesa se vislumbra una noción de eternidad. El que engendre criaturas no morirá jamás. La parte masculina crea la semilla y la femenina es la tierra en la que la semilla cae. Algunas veces el creador de la semilla no llega a saber que su semilla germinó y de ella salió un fruto, no se entera que de la unión con la mujer quedó un germen del que nació una criatura. Esta es la condición masculina, la fugacidad. Para la parte femenina es imposible ignorar la fecundación. No nos referimos a los casos en que la mujer decide no seguir adelante con un embarazo, o no hacerse cargo del niño ya nacido. Esos son casos particulares que exceden a lo que nos estamos refiriendo.   

Dejaremos por un momento a los humanos para ver a nuestro alrededor, con la sospecha de que la maternidad es una condición que existe más allá de los seres vivos. Donde? En la tierra. La tierra es básicamente fertilidad. Si se entierra un grano en su seno y se le brinda agua y luz, es muy probable que al poco tiempo tengamos un brote verde que se convertirá en planta que florecerá a su tiempo y dará frutos y esos frutos tendrán semillas que caerán en la tierra o serán repartidas muy lejos por el viento, las abejas, los pájaros o las mariposas y continuarán con el ciclo de la vida hasta el infinito. 

Hemos dicho que la maternidad es femenina, y que las caracteristicas de feminidad, (no las desarrolladas por las culturas, sino las que marcan los instintos),  son estrictamente continentes, si lo masculino es expansión y multiplicación, lo femenino es contención y reserva, lo femenino interioriza y calla, previene y ahorra, reune y es paciente. Estas características, más allá de lo humano, están presentes en la naturaleza. Las culturas milenarias (nos referimos a la época precristiana, los Celtas, los Galos y los Etruscos, de los que han perdurado elementos para establecer registros de memoria, rindieron culto a la diosa terrestre como la protectora y dadora de alimentos, cobijo y protección. Las festividades paganas celebran la unión de los dioses, masculino y femenino, para la procreación, pero es la tierra femenina la proveedora de vida y es a ella que recurren las civilizaciones en busca de protección ante las inclemencias de la vida. 

En la mitología griega la diosa primordial es Gaia, la tierra, que está muy cercana a la madre, diríamos que es lo maternal de la naturaleza, que cuando se representa en el estado humano, se convierte en el arquetipo de madre que ha desarrollado principalmente Carl Jung, sin perder ninguna de sus características, aunque tal vez, incorporando algunas desviaciones o errores que la naturaleza no comete, pero los humanos sí. 

Deméter o Demetra, también conocida como Ceres (para los romanos),  divinidad griega de la tierra cultivada, es esencialmente la diosa del  trigo. Nótese que para que esté presente la maternidad, la tierra debe ser fértil. Sus leyendas se  han extendido prácticamente a todas las regiones del mundo occidental donde se usa  este cereal como alimento cotidiano. Los lugares donde se desarrolló su culto con mayor énfasis son los llanos de Eleusis y Sicilia, pero también es visible en Creta, Tracia y a todo lo largo del Peloponeso.

La diosa Deméter, vista desde la leyenda o en el culto, existe sólo junto a su hija, la diosa Kore o Perséfone, ya que las dos se retroalimentan y son las dos caras de la maternidad. Cabría preguntarse si puede existir la maternidad sin una de estas dos caras. Es posible la maternidad sin la madre o el hijo? 

Recapitularemos el cuento de Deméter y Perséfone, porque constituye el mito central del culto nutricio, es decir, la esencia materna. 

Los misterios eleusinos (así se llaman los referentes al cuento de Deméter Perséfone) eran ritos de iniciación anuales dedicados al culto a estas diosas y se celebraban en Eleusis (ciudad agrícola a 30 km de Atenas), en la antigua Grecia. 

Los ritos, así como las adoraciones y creencias del culto, eran guardados en secreto, el significado de este mito era revelado en la iniciación a los misterios de Eleusis. Por qué en secreto? Creo que toda nuestra existencia tiene una base misteriosa y secreta, algo que debe ser aceptado sin más. Volvemos a lo del comienzo, lo simple, lo que es.  

Los ritos eleusinos en honor a las diosas fueron los más importantes entre todos los que se celebraron en la antigüedad, y decimos esto porque eran las celebraciones fundacionales, de donde parte cualquier otra cosa, celebraban la vida. Estos mitos y misterios se extendieron posteriormente al Imperio romano.

Los misterios eleusinos celebraban el regreso de Perséfone, pues éste era también el regreso de las plantas y la vida a la tierra. Perséfone había comido semillas (símbolos de la vida) mientras estuvo en el inframundo (el subsuelo, como las semillas en invierno) y su renacimiento es un símbolo del renacimiento de toda la vida vegetal durante la primavera y de toda la vida sobre la tierra.


Los misterios de Eleusis tienen su origen en la diosa maternal de la Tierra, hija de Crono y Rea, diosa del grano, la diosa Deméter. Ella creó estos misterios como agradecimiento por haber vuelto a encontrar a su hija Perséfone, quien había sido secuestrada por Hades, el dios de la muerte y los infiernos. Como muestra de agradecimiento por el retorno de su hija,  la diosa del grano regaló a la humanidad los cereales, así como los Misterios de Eleusis. 

Deméter perdió a su hija, la ninfa Kore, que había ido a recoger flores y no volvió porque fue raptada por Hades, dios de los infiernos para hacerla su esposa.  

Los lamentos y gemidos de Deméter se escucharon durante días en toda la extensión del universo. Condolido, Helios, el sol, quien todo lo ve, le anunció que Hades, señor de la noche, raptó a Kore y se la llevó al mundo subterráneo de los muertos para hacerla su reina. Desde aquí Kore ya no será la jovencita que conocimos y  será ahora conocida como Perséfone. 

Deméter, la diosa de las cosechas, monta en cólera ante esta afrenta y su venganza es detener la fertilidad de la tierra, los campos se secan, la vida se agota y el verde se convierte en ocre. Lleno de desesperación ante el avance de la muerte, Zeus  propone un acuerdo entre Deméter y Hades en el cual Perséfone pasará la mitad del año sobre la tierra con su madre y la otra mitad como reina de las tinieblas junto a su esposo – lo que significa el origen de las estaciones. Cuando Perséfone está con Hades, la tierra se empobrece por la tristeza de Deméter, que se expresa en el invierno. Cuando Perséfone regresa a la tierra para alegría de su madre, la vida renace y la tierra se llena de abundancia y de luz y buenas cosechas. 

Mientras Deméter buscaba a su hija, habiendo tomado la forma de una mujer anciana llamada Doso, recibió la hospitalaria bienvenida de Céleo, el rey de Eleusis en Ática. Céleo le pidió que cuidase a sus dos hijos Demofonte y Triptólemo,  que había tenido con Metanira. Como regalo, Deméter planeó convertir a Demofonte en un dios, pero no pudo completar el ritual porque Metanira, la madre, se asustó al ver a su hijo caminando sobre el fuego y gritó. 

En otras versiones es Eleusis o Eleusino el héroe epónimo de la ciudad de Eleusis y sería él quien descubriría a su hijo Triptólemo sobre el fuego. Deméterlamentó que los mortales no entendiesen el concepto de ritual y decidió enseñar a Triptólemo el arte de la agricultura y, a través de él, el resto de Grecia aprendió a plantar y segar cultivos. Triptolemo cruzó el país volando en un carro alado mientras Deméter y Perséfone cuidaban maternalmente de él.

A lo largo de milenios, Eleusis fue el centro espiritual más importante de la antigüedad Griega. En los misterios eleusinos se enseñaban una serie de reflexiones sobre la vida y la muerte;  como ejemplo usaban el mismo grano del centeno, que es plantado en la tierra y muere allí para dar pie a nueva vida, de donde se generarán otros granos que cumplirán el mismo ciclo desde el inicio.

En la base del rito había una promesa de inmortalidad dentro de un marco que apunta más bien a una modalidad de muerte y renacimiento místico.

Como se ve, estos mitos nos llaman reiteradamente a la reflexión acerca de lo que todos vivimos. En la actualidad, organizados en ciudades, modificados los impulsos instintivos, la naturaleza continúa imponiendo su verdad como base de la existencia y no podemos ignorar los arquetipos universales ni el inconsciente colectivo, como lo llamó Jung. Madres e hijos, aun rodeados de una ensordecedora realidad de aparatos electrónicos, música, imágenes ficticias, emergencias, obligaciones y angustias creadas por la vida de nuestra época, básicamente continúan el mismo comportamiento eterno de retroalimentación y equilibrio compartido. El ciclo no termina jamás y en esto nos detendremos nuevamente, porque se puede ver que, de manera admirable, la creación es como un espiral que tiene su base en la vida, y la vida es fugaz y eterna, aunque esto parezca contradictorio. Es fugaz porque tenemos un tiempo limitado para ejercer todo lo que hayamos de hacer en esta realidad, y es eterna porque lo que sembramos permanece en un ciclo idéntico al de las semillas, la tierra y los frutos. El equilibrio logrado entre la multitud de elementos que nos componen y componen el universo es lo que nos sostiene por siempre. 

La unión madre-hijo es indestructible precisamente por ser la base de este equilibrio. No pensemos en la madre humana nada más, pensemos en la madre insecto, en la madre árbol, en la madre célula, en la madre nube y en la madre arena del desierto y gota del mar. No pensemos en el hijo humano nada más, pensemos en los hijos que son la creación de una figura materna. Un artista por ejemplo, engendra, alimenta y cría a su obra. Busca los materiales propicios para que su creación sea perfecta, tal como la imaginó y la deseó. 

Un movimiento en falso haría que todo se destruyera, pero eso no ocurrirá, porque todo se está sosteniendo, uno con otro, por el orden universal que es la vida misma. Así, existe la madre sin hijos, porque el concepto de maternidad excede y sobrepasa el mero hecho de la gestación material, ya que aunque ésta no se haya hecho efectiva jamás, la protección nutriente está en el instinto de la mujer o la hembra animal, y buscará un sujeto (incluso inanimado) para ejercer a plenitud su sentido biológico, psíquico y espiritual.  


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