Yo soy Graciela Bonnet. Vivo en Estados Unidos, en el noroeste, en la ciudad de Pittsburgh, Pennsylvania. Desde hace años escribo prosa poética y también dibujo. Aquí, donde yo vivo desde hace diez años, se habla en inglés, pero este no es mi idioma natal. Yo nací en la ciudad de Córdoba, en Argentina, donde se habla en español. Cuando cumplí diecisiete años mi familia se mudó a Venezuela, donde también se habla en español, pero cuando llegué no entendía nada de lo que hablaban los demás, como si fuese otro idioma.
Yo estudié literatura en Argentina y continué mis estudios en Venezuela. Leíamos los mismos libros clásicos, pero fui comprendiendo que la comunicación se hace con algo más que solamente un idioma en común.
Como sabemos, hay un esquema muy sencillo de la comunicación: el hablante o emisor envía un mensaje que será decodificado por el que escucha o receptor, siempre que ambos manejen el mismo código comunicacional, que llamamos idioma.
Pero hay muchos otros factores en juego. Para que el receptor pueda captar e interpretar correctamente el mensaje, tiene que haber una cantidad de acuerdos que van desde la educación, la historia, la cultura, los referentes, las palabras de más de un sentido, y la experiencia personal con ese idioma, entre otros.
En dos países que hablan el mismo idioma, por ejemplo, habrá muchas palabras que signifiquen distintas cosas. Me ha pasado, En Venezuela una palabra tan sencilla como ¨cuchara¨ por ejemplo, tiene una doble connotación. La definida por el diccionario, un utensilio para tomar líquidos y la de sentido sexual sobreentendida por todos sin estar en los diccionarios.
Estos son ejemplos básicos, pero hay otros significados sutiles que tal vez el receptor no pueda explicar exactamente, palabras como ¨pena¨ que en Argentina significa tristeza, en Venezuela la connotación es de vergüenza.
Pero ¿acaso tuve que realizar un proceso de traducción para comprender el español de Venezuela? No lo creo, o tal vez, como me quedé a vivir más de treinta años en ese país, el proceso fue progresivo e inadvertido y comencé a reírme ante cosas que para un argentino no hubiesen tenido ninguna gracia.
Pero algo diferente ocurrió con la escritura. Podríamos decir que uno tiende a hacerse más cuidadoso y formal a la hora de escribir. No es lo mismo hablar que escribir. Tenemos la convicción tácita de que esas palabras que ya tienen una forma precisa en el papel o en la pantalla, trascenderán el momento en que fueron pensadas y transmitidas. No se irán tan fácilmente, ni de nuestra vista ni de nuestros pensamientos. Tener un idioma, es decir un código descifrable con el que podamos comunicarnos con nuestros semejantes ya es una idea perturbadora, algo que tenemos con nosotros desde que la conciencia asoma a nuestras vidas. Somos los únicos seres vivos con un lenguaje decodificable. Yo sé también algunos animales pueden comunicarse a través de ruidos, olores, señales. Eso es maravilloso.
Qué decir de nosotros, que hasta guardamos secretos, escribimos historias, hechos que ocurrieron o pudieron haber ocurrido y tenemos un universo de palabras dentro de nuestras memorias. Con ese universo nos movemos y nos relacionamos con nuestras familias, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, incluso con la gente con la que nos cruzamos en la calle y nunca volveremos a ver.
Ahora tenemos este instrumento (por ponerle un nombre) que nos permite hablarnos a distancia, mucho más que un teléfono, que una grabación, algo que existe en tiempo real. ¿No es algo increíble que esté yo aquí frente a mi computadora en Pittsburgh, adonde me trajo la vida desde el otro extremo del continente, hablando por un rato con ustedes, alumnos que viven una realidad extraña para mi, en la ciudad de Bangladesh y están interesados en saber de traducción, es decir, del fenómeno de la comunicación, de los signos, de los sonidos comunicantes?
Me parece que mi mejor aporte a esta oportunidad es conversar con ustedes sobre mi experiencia con los idiomas. Ustedes han estudiado la teoría de la traducción, lo que formalmente profesores y escritores han descubierto y organizado para que el hecho de traducir de un idioma a otro sea lo más exacto posible. Ya sabemos que de un idioma a otro hay muchas diferencias y no me refiero solo a la forma y el sonido de las palabras.
Luego de treinta años de vivir en Venezuela me mudé de país otra vez. Ahora, como les dije al comienzo, vivo en la ciudad de Pittsburgh, en el estado de Pennsylvania, al noreste de Estados Unidos. Aquí se habla en inglés, se piensa en inglés, la historia es muy diferente a la que he vivido en mis otros dos países. Pero es posible. He aprendido a hablar y escribir y leer en inglés y es emocionante. Las mismas cosas, las mismas sensaciones de cualquier ser humano tienen otro nombre, se dicen de otra forma. Quisiera decir que significan lo mismo, pero no estoy tan segura. Y creo que aquí es donde reside realmente el gran reto de cualquier traductor.
Claro que lo que pienso cuando digo "una calle de mi ciudad" difícilmente otra persona evoque la misma imagen, aunque seamos muy cercanos. Esto también es notable, porque cada uno de nosotros es un universo, y aunque compartimos códigos concretos, cuando pasan al entendimiento de cada persona, se modifican y alzan vuelo.
Para qué escribimos? Para no olvidar. Estoy segura de que ésa es la razón, si bien no la primera, de todo alfabeto escrito, en piedra, en madera, en pergamino, en papel o en la pantalla. La razón inmediata de la escritura es obvia: ser leídos por alguien más. Pero eso implica también que lo que decimos queda registrado por un tiempo incierto.
Cuando veo los alfabetos que han sido a través del tiempo no puedo dejar de sentir emoción, son tan hermosos, son la escritura del alma, son los pensamientos hechos materia, las imaginaciones traídas a la vida real. Quiero decir que cada persona es la hechura de su pasado, de sus mayores y antepasados y de una cantidad de experiencias y razonamientos que sólo corresponden a ella. Entonces, el alfabeto deja de ser uno solo y se hace infinito.
Y también es dibujo. En la Edad Media había artesanos de la escritura, los calígrafos, que dedicaban toda su vida al estudio de las formas de las letras. De algún modo entonces, las formas que hemos creado al registrar recuerdos y pensamientos también son las formas del alma y las del recuerdo. .
Esto es la literatura, en donde las palabras, además de su significado cotidiano, se despliegan en recursos literarios para sugerir ambientes, evocaciones, pensamientos que sólo la escritura creativa puede lograr.
¿Y qué ocurre con los traductores?
Si nos referimos a una traducción técnica creo que habrá otros problemas, pero no tan abstractos como los que se le presentan a un traductor de literatura. Sencillamente porque la materia con la que tendrá que trabajar y darle una forma nueva, no es concreta, es invisible y son los pensamientos, las sensaciones y las inquietudes. Los recuerdos, las nostalgias, el amor y el odio.
Ya ocurre una primera traducción cuando el escritor escoge determinadas palabras de su idioma para expresar esas emociones con las que hace su trabajo. El escritor traduce el pensamiento a palabras y las escribe. Allí quedan con una forma explícita.
Ese es la primera traducción. Por muy exacta que sea, siempre quedará algún pequeño resto que no pudo encontrar la forma en ninguna palabra. Luego viene el lector en el mismo idioma. Otra vez se produce un ejercicio de traducción, el lector se sumergirá en el relato o en el poema con todas sus armas y su mejor disposición, pero si ya el signo no tiene el registro que tenía en la mente del autor, volverá a trasmutar hacia otra imagen, quién sabe con qué sorpresas de significado.
Me ha ocurrido leer un texto que escribió un crítico literario acerca de algo mío, un poema que yo escribí y descubro que su reflexión es tan diferente a lo que yo quise decir que casi me resulta irreconocible. No me disgusta esto, por el contrario, me alegra que lo que digo tenga otras resonancias según sea el lector que se haya interesado en prestar su atención a esas palabras. Y me maravilla también constatar las infinitas posibilidades de la palabra, que puede multiplicarse y hacerse maleable, como una pintura a la que llamamos azul, y azul tiene mil y una resonancias diferentes para diferentes personas.
La traducción literaria
Es un hecho que la traducción literaria exige un proceso muy cercano a la creación, ya que el traductor, más allá de la sustitución de palabras de un idioma a otro, tendrá que tomarse el trabajo de conocer al detalle al autor original de la obra que traduzca, tendrá que adentrarse en la historia personal, hechos que puedan haber influido en sus consideraciones, como suele ocurrir con frecuencia, autores que vivieron por ejemplo cualquiera de las guerras mundiales están profundamente influidos por hechos de violencia que vivieron en su infancia o juventud, cambio de países, pérdida de la familia, de los amigos y de los lugares entrañables que quedan para siempre en el recuerdo y muchas veces son escenario de su trabajo creativo.
El traductor será un autor que reescribe el libro traducido, esta es la razón por la que el traductor que desee dedicarse a traducir literatura tendrá que prepararse a si mismo para imbuirse de la historia, los eventos públicos que ocurrieron en la vida del autor que desea traducir, así como la manera en que el autor vivenció esa etapa histórica, su edad, su condición social… y también tendrá que poseer la disposición creativa, el gusto estético que es casi un impulso espontáneo, diríamos, algo que no puede estudiarse pero nace espontáneamente luego de estímulos imprecisos pero verdaderos.
Hubo un escritor de mi país natal, un gran escritor, reconocido como uno de los escritores más importantes del idioma español, se llamó Jorge Luis Borges y escribió límpidas poesías y relatos notables, también fue traductor de obras inmortales. Tradujo al español desde el inglés moderno y antiguo, del alemán, del francés y el nórdico antiguo. Según sus propias palabras, traducir no es transferir un texto de un idioma al otro, sino transformar un texto en otro. Incluso, una obra traducida puede llegar a mejorar y adquirir una calidad superior a la original.
Esto ocurrió con Edgar Allan Poe, que ahora es muy relevante y admirado por multitudes, pero al comienzo, en su época, escribir en inglés no era tan importante, recordemos que era la Belle Epoque y Paris era el centro del mundo. Fue cuando Charles Baudelaire tradujo las historias de Poe que este escritor alcanzó notoriedad mundial. Pero necesitó de la traducción de otro escritor muy talentoso, si hubiese corrido con el azar de un traductor al francés con poca sensibilidad, es muy probable que hoy Edgar Allan fuese otro escritor desconocido.
Un caso especial lo constituyen los escritores capaces de escribir en un idioma diferente al suyo. Cuando digo que un idioma es el suyo, me refiero al idioma con el que aprendió a hablar y a escribir. Casi siempre este hecho deja profunda huella en los seres humanos. No somos capaces de crear en otro idioma. Salvo notables excepciones. Por ejemplo, Josef Conrad, escritor polaco que hizo del inglés su propio idioma, aunque lo aprendió siendo un adulto, y pudo escribir importantes novelas que han trascendido en la historia de la literatura.
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