12.18.2021

MATERNIDAD

 



Nada hay más simple que lo que no tiene explicación. Así, hay un caudal común a todos los que estamos en vida, seamos humanos, plantas o animales; temas corrientes, sobreentendidos, que por naturaleza son esenciales a cada uno de nosotros desde el mero comienzo de lo que es. 

Hablamos, por supuesto, de la vida, la muerte, el amor, esas cosas que todos conocemos y hemos experimentado de alguna manera, que compartimos y no explicamos a nadie porque es lo básico, el punto de partida para entendernos. 

Pero a los humanos nos encanta hablar y analizar estas cosas, nos extendemos con deleite en revisar una y otra vez y desde muy diversas perspectivas, esos temas que no se pueden explicar, pero que a lo mejor, por eso mismo, resultan tan fascinantes. 




La maternidad, nos parece, está entre esos temas, tan cercano o tal vez tan adentro de ellos que es probable que sea el puro origen de todo. 

Cuando nombramos la palabra maternidad, la imagen que se nos viene a la mente es la de una mujer con un niño en brazos. Eso sería sólo un caso particular de maternidad, la maternidad biológica: la hembra ha procreado un ser a su imagen y semejanza. Qué maravilla, en esto la madre es como Dios, comparte con El la capacidad de crear, de hacer existir a otras criaturas semejantes a ella misma.   

Este ser se ha formado en el vientre de la madre y ha sobrevivido allí cuarenta semanas, protegido, nutrido, socorrido en la tibieza y el cobijo más perfectos que haya de experimentar jamás. 

Creemos que el paraíso terrenal que leemos en La Biblia, donde existe todo lo necesario para una vida feliz, es el vientre materno. Allí la criatura está protegida contra todo mal y no sufrirá ninguna carencia. Pero esta situación, como ninguna situación de felicidad y establidad, no es constante, al cumplir las cuarenta semanas la criatura estará preparada en teoría, para enfrentarse a otra realidad muy diferente.

Para seguir en la perspectiva mística, la expulsión del Paraíso sería entonces el nacimiento a este mundo. Con el nacimiento la criatura se incorpora a una vida llena de gravísimos peligros y retos, aunque también posiblemente llena de gozo, alegría y éxito. Sobre todo debe enfrentarse a una existencia perentoria, sólo dispondrá de un cierto número de años para lograr lo que decida hacer con su vida. 

Ese momento del nacimiento, o de la expulsión del paraíso, marca un cambio decisivo en el futuro de la madre y del hijo, porque todo será diferente en un instante. La niña se convertirá en adulto, dejará atrás su condición de receptora y solicitante y será proveedora, su creación dependerá de su cobijo y de su cuidado para poder quedarse en esta vida. Biológicamente la hembra está preparada para engendrar, procrear, parir, nutrir y proteger. Muy importante es tomar en consideración que para proveer no necesita moverse de sitio, no necesita salir a cazar ni a buscar nada, porque todo lo que necesitan ella y su criatura está vivo y perfecto dentro de ella misma. El sólo hecho de pensar en esta verdad indiscutible debería ser argumento suficiente para explicarnos que madre y criatura están indivisiblemente unidas desde el comienzo. 

La ciencia ha clasificado extensamente la conducta de la madre, porque como sabemos, no siempre la madre, individuo inmerso en una organización social imperfecta, con frecuencia no tiene la posibilidad de actuar acorde a lo que la naturaleza le dicta; y es que las circunstancias influyen sobre los actos de nuestra vida, muchas veces vemos aparentemente roto el lazo que une a la madre con su hijo por exigencias meramente circunstanciales pero que pesan hasta el punto de modificar la sustancia de las cosas. De modo que no será suficiente con la expulsión del Paraíso para que se cumplan las profecías.

Tenemos como primera reflexión ante los hechos, que ni la felicidad, ni el amor nutriente y protector, ni aún la vida a la intemperie son perdurables.

Dijimos al comienzo que la maternidad biológica era solo un caso particular en el extenso sentido que esa palabra conlleva.  Hay otras maternidades que se expresan en distintos ámbitos y de las que también participamos todos. Nos referiremos a la maternidad básica, la que no necesita explicación, y no es, precisamente, la biológica, aunque ésta la contiene y forma parte de ella. Es importante partir de premisas básicas, por ejemplo, estamos de acuerdo en que maternidad es cobijo, abundante providencia y seguridad, es amparo y asistencia, es comprensión y guía, es espacio cálido. De la maternidad recibimos siempre, es imagen de brazos abiertos y seno protector, es refugio impenetrable contra las fuerzas nefastas. La idea de hogar, de serena tranquilidad, de nutrición y calmado reposo es básicamente maternal y quiero decir que es femenina, desde los comienzos de la civilización y aún antes, por ser la hembra la que lleva en su seno a la criatura en formación y luego del nacimiento está habilitada físicamente para nutrirla de tal modo que su creación no muera en la hostilidad del mundo al que ha ingresado; es la hembra la que desarrolla (y trae por instinto) los medios de atención y protección y esto, una vez establecidos y organizados los humanos en sociedad, ha tendido a prolongarse mucho más allá de la primera infancia. Observando a cualquier especie mamifera y otros pequeños animales como los pájaros, veremos que la crianza y estancia del hijo bajo la protección materna sólo dura unos meses. Pronto la cría tiene que aprender a valerse por sí sola en un ambiente que, aunque no sea la ciudad, igualmente tiene mucho de peligroso reto. Los humanos somos más complicados, aunque no completamente diferentes, porque nos organizamos en sociedad y para subsistir todos juntos tenemos que acatar leyes, cumplir con educación, trabajo, y otras convenciones.

Suponemos que esta reflexión sería muy diferente si estuviese escrita por un hombre, quiero decir, por un ser humano biológicamente diferenciado como macho. A pesar de las muchas discrepancias cada día más crecientes, la diferenciación biológica tiene indiscutibles tendencias muy definidas hacia las actitudes que tenemos frente a nuestra creación. Si la madre muere físicamente, el padre (clásicamente) busca otra mujer para que la reemplace. Y las madres, aunque los hijos crezcan (y porque la vida es así) terminen formando otros núcleos y se vayan de casa, nunca cambiará su perspectiva como dadora de nutrientes y cobijo. Los ejemplos están a la vista de todos. Las abuelas se repotencian como madres frente los nietos y los abuelos reafirman su voluntad de proveedores externos. La nutrición de la madre puede llamarse congénita e intrínseca, ya que el feto se desarrolla adentro de su cuerpo, y desde su propio cuerpo puede nutrir a la criatura una vez nacida. Esta experiencia no puede ser compartida ni experimentada por la contraparte masculina. Hay gestos maternales en hombres, como brindar abrigo, cariño, protección, alimento a sus hijos y nietos, pero la experiencia gestatoria o de amamantar no está a su alcance y esto no es meramente un aspecto formal, esto crea lazos vitales y psicológicos indestructibles pase lo que pase luego en la vida de cada una de estas partes. 

En La Biblia podemos leer que una de las promesas más reiteradas y valiosas de Dios hacia sus criaturas es que los reproducirá y sus descendientes serán tantos como las olas del mar. 

En este punto queremos hacer referencia a la visión bíblica de maternidad. En tres ocasiones, por lo menos, un ángel de Dios se presenta ante una mujer estéril, la mujer es estéril por haber superado la edad de concebir, caso de Sara (esposa de Abraham, Hebreos, 11:11)  o de la madre de Sansón (Jueces, 13:1-22)  o por ser muy joven y no ha conocido varón, como es el caso de la Virgen María. En los tres casos el ángel les anuncia que tendrán un hijo y que esta criatura será la señal de la bendición de Dios. En esta promesa se vislumbra una noción de eternidad. El que engendre criaturas no morirá jamás. La parte masculina crea la semilla y la femenina es la tierra en la que la semilla cae. Algunas veces el creador de la semilla no llega a saber que su semilla germinó y de ella salió un fruto, no se entera que de la unión con la mujer quedó un germen del que nació una criatura. Esta es la condición masculina, la fugacidad. Para la parte femenina es imposible ignorar la fecundación. No nos referimos a los casos en que la mujer decide no seguir adelante con un embarazo, o no hacerse cargo del niño ya nacido. Esos son casos particulares que exceden a lo que nos estamos refiriendo.   

Dejaremos por un momento a los humanos para ver a nuestro alrededor, con la sospecha de que la maternidad es una condición que existe más allá de los seres vivos. Donde? En la tierra. La tierra es básicamente fertilidad. Si se entierra un grano en su seno y se le brinda agua y luz, es muy probable que al poco tiempo tengamos un brote verde que se convertirá en planta que florecerá a su tiempo y dará frutos y esos frutos tendrán semillas que caerán en la tierra o serán repartidas muy lejos por el viento, las abejas, los pájaros o las mariposas y continuarán con el ciclo de la vida hasta el infinito. 

Hemos dicho que la maternidad es femenina, y que las caracteristicas de feminidad, (no las desarrolladas por las culturas, sino las que marcan los instintos),  son estrictamente continentes, si lo masculino es expansión y multiplicación, lo femenino es contención y reserva, lo femenino interioriza y calla, previene y ahorra, reune y es paciente. Estas características, más allá de lo humano, están presentes en la naturaleza. Las culturas milenarias (nos referimos a la época precristiana, los Celtas, los Galos y los Etruscos, de los que han perdurado elementos para establecer registros de memoria, rindieron culto a la diosa terrestre como la protectora y dadora de alimentos, cobijo y protección. Las festividades paganas celebran la unión de los dioses, masculino y femenino, para la procreación, pero es la tierra femenina la proveedora de vida y es a ella que recurren las civilizaciones en busca de protección ante las inclemencias de la vida. 

En la mitología griega la diosa primordial es Gaia, la tierra, que está muy cercana a la madre, diríamos que es lo maternal de la naturaleza, que cuando se representa en el estado humano, se convierte en el arquetipo de madre que ha desarrollado principalmente Carl Jung, sin perder ninguna de sus características, aunque tal vez, incorporando algunas desviaciones o errores que la naturaleza no comete, pero los humanos sí. 

Deméter o Demetra, también conocida como Ceres (para los romanos),  divinidad griega de la tierra cultivada, es esencialmente la diosa del  trigo. Nótese que para que esté presente la maternidad, la tierra debe ser fértil. Sus leyendas se  han extendido prácticamente a todas las regiones del mundo occidental donde se usa  este cereal como alimento cotidiano. Los lugares donde se desarrolló su culto con mayor énfasis son los llanos de Eleusis y Sicilia, pero también es visible en Creta, Tracia y a todo lo largo del Peloponeso.

La diosa Deméter, vista desde la leyenda o en el culto, existe sólo junto a su hija, la diosa Kore o Perséfone, ya que las dos se retroalimentan y son las dos caras de la maternidad. Cabría preguntarse si puede existir la maternidad sin una de estas dos caras. Es posible la maternidad sin la madre o el hijo? 

Recapitularemos el cuento de Deméter y Perséfone, porque constituye el mito central del culto nutricio, es decir, la esencia materna. 

Los misterios eleusinos (así se llaman los referentes al cuento de Deméter Perséfone) eran ritos de iniciación anuales dedicados al culto a estas diosas y se celebraban en Eleusis (ciudad agrícola a 30 km de Atenas), en la antigua Grecia. 

Los ritos, así como las adoraciones y creencias del culto, eran guardados en secreto, el significado de este mito era revelado en la iniciación a los misterios de Eleusis. Por qué en secreto? Creo que toda nuestra existencia tiene una base misteriosa y secreta, algo que debe ser aceptado sin más. Volvemos a lo del comienzo, lo simple, lo que es.  

Los ritos eleusinos en honor a las diosas fueron los más importantes entre todos los que se celebraron en la antigüedad, y decimos esto porque eran las celebraciones fundacionales, de donde parte cualquier otra cosa, celebraban la vida. Estos mitos y misterios se extendieron posteriormente al Imperio romano.

Los misterios eleusinos celebraban el regreso de Perséfone, pues éste era también el regreso de las plantas y la vida a la tierra. Perséfone había comido semillas (símbolos de la vida) mientras estuvo en el inframundo (el subsuelo, como las semillas en invierno) y su renacimiento es un símbolo del renacimiento de toda la vida vegetal durante la primavera y de toda la vida sobre la tierra.


Los misterios de Eleusis tienen su origen en la diosa maternal de la Tierra, hija de Crono y Rea, diosa del grano, la diosa Deméter. Ella creó estos misterios como agradecimiento por haber vuelto a encontrar a su hija Perséfone, quien había sido secuestrada por Hades, el dios de la muerte y los infiernos. Como muestra de agradecimiento por el retorno de su hija,  la diosa del grano regaló a la humanidad los cereales, así como los Misterios de Eleusis. 

Deméter perdió a su hija, la ninfa Kore, que había ido a recoger flores y no volvió porque fue raptada por Hades, dios de los infiernos para hacerla su esposa.  

Los lamentos y gemidos de Deméter se escucharon durante días en toda la extensión del universo. Condolido, Helios, el sol, quien todo lo ve, le anunció que Hades, señor de la noche, raptó a Kore y se la llevó al mundo subterráneo de los muertos para hacerla su reina. Desde aquí Kore ya no será la jovencita que conocimos y  será ahora conocida como Perséfone. 

Deméter, la diosa de las cosechas, monta en cólera ante esta afrenta y su venganza es detener la fertilidad de la tierra, los campos se secan, la vida se agota y el verde se convierte en ocre. Lleno de desesperación ante el avance de la muerte, Zeus  propone un acuerdo entre Deméter y Hades en el cual Perséfone pasará la mitad del año sobre la tierra con su madre y la otra mitad como reina de las tinieblas junto a su esposo – lo que significa el origen de las estaciones. Cuando Perséfone está con Hades, la tierra se empobrece por la tristeza de Deméter, que se expresa en el invierno. Cuando Perséfone regresa a la tierra para alegría de su madre, la vida renace y la tierra se llena de abundancia y de luz y buenas cosechas. 

Mientras Deméter buscaba a su hija, habiendo tomado la forma de una mujer anciana llamada Doso, recibió la hospitalaria bienvenida de Céleo, el rey de Eleusis en Ática. Céleo le pidió que cuidase a sus dos hijos Demofonte y Triptólemo,  que había tenido con Metanira. Como regalo, Deméter planeó convertir a Demofonte en un dios, pero no pudo completar el ritual porque Metanira, la madre, se asustó al ver a su hijo caminando sobre el fuego y gritó. 

En otras versiones es Eleusis o Eleusino el héroe epónimo de la ciudad de Eleusis y sería él quien descubriría a su hijo Triptólemo sobre el fuego. Deméterlamentó que los mortales no entendiesen el concepto de ritual y decidió enseñar a Triptólemo el arte de la agricultura y, a través de él, el resto de Grecia aprendió a plantar y segar cultivos. Triptolemo cruzó el país volando en un carro alado mientras Deméter y Perséfone cuidaban maternalmente de él.

A lo largo de milenios, Eleusis fue el centro espiritual más importante de la antigüedad Griega. En los misterios eleusinos se enseñaban una serie de reflexiones sobre la vida y la muerte;  como ejemplo usaban el mismo grano del centeno, que es plantado en la tierra y muere allí para dar pie a nueva vida, de donde se generarán otros granos que cumplirán el mismo ciclo desde el inicio.

En la base del rito había una promesa de inmortalidad dentro de un marco que apunta más bien a una modalidad de muerte y renacimiento místico.

Como se ve, estos mitos nos llaman reiteradamente a la reflexión acerca de lo que todos vivimos. En la actualidad, organizados en ciudades, modificados los impulsos instintivos, la naturaleza continúa imponiendo su verdad como base de la existencia y no podemos ignorar los arquetipos universales ni el inconsciente colectivo, como lo llamó Jung. Madres e hijos, aun rodeados de una ensordecedora realidad de aparatos electrónicos, música, imágenes ficticias, emergencias, obligaciones y angustias creadas por la vida de nuestra época, básicamente continúan el mismo comportamiento eterno de retroalimentación y equilibrio compartido. El ciclo no termina jamás y en esto nos detendremos nuevamente, porque se puede ver que, de manera admirable, la creación es como un espiral que tiene su base en la vida, y la vida es fugaz y eterna, aunque esto parezca contradictorio. Es fugaz porque tenemos un tiempo limitado para ejercer todo lo que hayamos de hacer en esta realidad, y es eterna porque lo que sembramos permanece en un ciclo idéntico al de las semillas, la tierra y los frutos. El equilibrio logrado entre la multitud de elementos que nos componen y componen el universo es lo que nos sostiene por siempre. 

La unión madre-hijo es indestructible precisamente por ser la base de este equilibrio. No pensemos en la madre humana nada más, pensemos en la madre insecto, en la madre árbol, en la madre célula, en la madre nube y en la madre arena del desierto y gota del mar. No pensemos en el hijo humano nada más, pensemos en los hijos que son la creación de una figura materna. Un artista por ejemplo, engendra, alimenta y cría a su obra. Busca los materiales propicios para que su creación sea perfecta, tal como la imaginó y la deseó. 

Un movimiento en falso haría que todo se destruyera, pero eso no ocurrirá, porque todo se está sosteniendo, uno con otro, por el orden universal que es la vida misma. Así, existe la madre sin hijos, porque el concepto de maternidad excede y sobrepasa el mero hecho de la gestación material, ya que aunque ésta no se haya hecho efectiva jamás, la protección nutriente está en el instinto de la mujer o la hembra animal, y buscará un sujeto (incluso inanimado) para ejercer a plenitud su sentido biológico, psíquico y espiritual.  


11.28.2021

LA MIRADA TRADUCTORA

 Yo soy Graciela Bonnet. Vivo en Estados Unidos, en el noroeste, en la ciudad de Pittsburgh, Pennsylvania. Desde hace años escribo prosa poética y también dibujo. Aquí, donde yo vivo desde hace diez años, se habla en inglés, pero este no es mi idioma natal. Yo nací en la ciudad de Córdoba, en Argentina, donde se habla en español. Cuando cumplí diecisiete años mi familia se mudó a Venezuela, donde también se habla en español, pero cuando llegué no entendía nada de lo que hablaban los demás, como si fuese otro idioma. 


 

Yo estudié literatura en Argentina y continué mis estudios en Venezuela. Leíamos los mismos libros clásicos, pero fui comprendiendo que la comunicación se hace con algo más que solamente un idioma en común. 


Como sabemos, hay un esquema muy sencillo de la comunicación: el hablante o emisor envía un mensaje que será decodificado por el que escucha o receptor, siempre que ambos manejen el mismo código comunicacional, que llamamos idioma. 

 

Pero hay muchos otros factores en juego. Para que el receptor pueda captar e interpretar correctamente el mensaje, tiene que haber una cantidad de acuerdos que van desde la educación, la historia, la cultura, los referentes, las palabras de más de un sentido, y la experiencia personal con ese idioma, entre otros

 

En dos países que hablan el mismo idioma, por ejemplo, habrá muchas palabras que signifiquen distintas cosas. Me ha pasado, En Venezuela una palabra tan sencilla como ¨cuchara¨ por ejemplo, tiene una doble connotación. La definida por el diccionario, un utensilio para tomar líquidos y la de sentido sexual sobreentendida por todos sin estar en los diccionarios. 


Estos son ejemplos básicos, pero hay otros significados sutiles que tal vez el receptor no pueda explicar exactamente, palabras como ¨pena¨ que en Argentina significa tristeza, en Venezuela la connotación es de vergüenza. 

Pero ¿acaso tuve que realizar un proceso de traducción para comprender el español de Venezuela? No lo creo, o tal vez, como me quedé a vivir más de treinta años en ese país, el proceso fue progresivo e inadvertido y comencé a reírme ante cosas que para un argentino no hubiesen tenido ninguna gracia. 

 

Pero algo diferente ocurrió con la escritura. Podríamos decir que uno tiende a hacerse más cuidadoso y formal a la hora de escribir. No es lo mismo hablar que escribir. Tenemos la convicción tácita de que esas palabras que ya tienen una forma precisa en el papel o en la pantalla, trascenderán el momento en que fueron pensadas y transmitidas. No se irán tan fácilmente, ni de nuestra vista ni de nuestros pensamientos. Tener un idioma, es decir un código descifrable con el que podamos comunicarnos con nuestros semejantes ya es una idea perturbadora, algo que tenemos con nosotros desde que la conciencia asoma a nuestras vidas. Somos los únicos seres vivos con un lenguaje decodificable. Yo sé también algunos animales pueden comunicarse a través de ruidos, olores, señales. Eso es maravilloso. 

 

Qué decir de nosotros, que hasta guardamos secretos, escribimos historias, hechos que ocurrieron o pudieron haber ocurrido y tenemos un universo de palabras dentro de nuestras memorias. Con ese universo nos movemos y nos relacionamos con nuestras familias, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, incluso con la gente con la que nos cruzamos en la calle y nunca volveremos a ver. 


Ahora tenemos este instrumento (por ponerle un nombre) que nos permite hablarnos a distancia, mucho más que un teléfono, que una grabación, algo que existe en tiempo real. ¿No es algo increíble que esté yo aquí frente a mi computadora en Pittsburgh, adonde me trajo la vida desde el otro extremo del continente, hablando por un rato con ustedes, alumnos que viven una realidad extraña para mi, en la ciudad de Bangladesh y están interesados en saber de traducción, es decir, del fenómeno de la comunicación, de los signos, de los sonidos comunicantes?

Me parece que mi mejor aporte a esta oportunidad es conversar con ustedes sobre mi experiencia con los idiomas. Ustedes han estudiado la teoría de la traducción, lo que formalmente profesores y escritores han descubierto y organizado para que el hecho de traducir de un idioma a otro sea lo más exacto posible. Ya sabemos que de un idioma a otro hay muchas diferencias y no me refiero solo a la forma y el sonido de las palabras. 


Luego de treinta años de vivir en Venezuela me mudé de país otra vez. Ahora, como les dije al comienzo, vivo en la ciudad de Pittsburgh, en el estado de Pennsylvania, al noreste de Estados Unidos. Aquí se habla en inglés, se piensa en inglés, la historia es muy diferente a la que he vivido en mis otros dos países. Pero es posible. He aprendido a hablar y escribir y leer en inglés y es emocionante. Las mismas cosas, las mismas sensaciones de cualquier ser humano tienen otro nombre, se dicen de otra forma. Quisiera decir que significan lo mismo, pero no estoy tan segura. Y creo que aquí es donde reside realmente el gran reto de cualquier traductor. 


Claro que lo que pienso cuando digo "una calle de mi ciudad" difícilmente otra persona evoque  la misma imagen, aunque seamos muy cercanos. Esto también es notable, porque cada uno de nosotros es un universo, y aunque compartimos códigos concretos, cuando pasan al entendimiento de cada persona, se modifican y alzan vuelo.


Para qué escribimos? Para no olvidar. Estoy segura de que ésa es la razón, si bien no la primera, de todo alfabeto escrito, en piedra, en madera, en pergamino, en papel o en la pantalla. La razón inmediata de la escritura es obvia: ser leídos por alguien más. Pero eso implica también que lo que decimos queda registrado por un tiempo incierto.


Cuando veo los alfabetos que han sido a través del tiempo no puedo dejar de sentir emoción, son tan hermosos, son la escritura del alma, son los pensamientos hechos materia, las imaginaciones traídas a la vida real. Quiero decir que cada persona es la hechura de su pasado, de sus mayores y antepasados y de una cantidad de experiencias y razonamientos que sólo corresponden a ella. Entonces, el alfabeto deja de ser uno solo y se hace infinito.


Y también es dibujo. En la Edad Media había artesanos de la escritura, los calígrafos, que dedicaban toda su vida al estudio de las formas de las letras. De algún modo entonces, las formas que hemos creado al registrar recuerdos y pensamientos también son las formas del alma y las del recuerdo. .


Esto es la literatura, en donde las palabras, además de su significado cotidiano, se despliegan en recursos literarios para sugerir ambientes, evocaciones, pensamientos que sólo la escritura creativa puede lograr. 

 

¿Y qué ocurre con los traductores?

 

Si nos referimos a una traducción técnica creo que habrá otros problemas, pero no tan abstractos como los que se le presentan a un traductor de literatura. Sencillamente porque la materia con la que tendrá que trabajar y darle una forma nueva, no es concreta, es invisible y son los pensamientos, las sensaciones y las inquietudes. Los recuerdos, las nostalgias, el amor y el odio. 

 

Ya ocurre una primera traducción cuando el escritor escoge determinadas palabras de su idioma para expresar esas emociones con las que hace su trabajo.  El escritor traduce el pensamiento a palabras y las escribe. Allí quedan con una forma explícita.


Ese es la primera traducción. Por muy exacta que sea, siempre quedará algún pequeño resto que no pudo encontrar la forma en ninguna palabra. Luego viene el lector en el mismo idioma. Otra vez se produce un ejercicio de traducción, el lector se sumergirá en el relato o en el poema con todas sus armas y su mejor disposición, pero si ya el signo no tiene el registro que tenía en la mente del autor, volverá a trasmutar hacia otra imagen, quién sabe con qué sorpresas de significado. 


Me ha ocurrido leer un texto que escribió un crítico literario acerca de algo mío, un poema que yo escribí y descubro que su reflexión es tan diferente a lo que yo quise decir que casi me resulta irreconocible. No me disgusta esto, por el contrario, me alegra que lo que digo tenga otras resonancias según sea el lector que se haya interesado en prestar su atención a esas palabras. Y me maravilla también constatar las infinitas posibilidades de la palabra, que puede multiplicarse y hacerse maleable, como una pintura a la que llamamos azul, y azul tiene mil y una resonancias diferentes para diferentes personas. 


La traducción literaria


Es un hecho que la traducción literaria exige un proceso muy cercano a la creación, ya que el traductor, más allá de la sustitución de palabras de un idioma a otro, tendrá que tomarse el trabajo de conocer al detalle al autor original de la obra que traduzca, tendrá que adentrarse en la historia personal, hechos que puedan haber influido en sus consideraciones, como suele ocurrir con frecuencia, autores que vivieron por ejemplo cualquiera de las guerras mundiales están profundamente influidos por hechos de violencia que vivieron en su infancia o juventud, cambio de países, pérdida de la familia, de los amigos y de los lugares entrañables que quedan para siempre en el recuerdo y muchas veces son escenario de su trabajo creativo. 


El traductor será un autor que reescribe el libro traducido, esta es la razón por la que el traductor que desee dedicarse a traducir literatura tendrá que prepararse a si mismo para imbuirse de la historia, los eventos públicos que ocurrieron en la vida del autor que desea traducir, así como la manera en que el autor vivenció esa etapa histórica, su edad, su condición social… y también tendrá que poseer la disposición creativa, el gusto estético que es casi un impulso espontáneo, diríamos, algo que no puede estudiarse pero nace espontáneamente luego de estímulos imprecisos pero verdaderos. 


Hubo un escritor de mi país natal, un gran escritor, reconocido como uno de los escritores más importantes del idioma español, se llamó Jorge Luis Borges y escribió límpidas poesías y relatos notables, también fue traductor de obras inmortales. Tradujo al español desde el inglés moderno y antiguo, del alemán, del francés y el nórdico antiguo. Según sus propias palabras, traducir no es transferir un texto de un idioma al otro, sino transformar un texto en otro. Incluso, una obra traducida puede llegar a mejorar y adquirir una calidad superior a la original. 


Esto ocurrió con Edgar Allan Poe, que ahora es muy relevante y admirado por multitudes, pero al comienzo, en su época, escribir en inglés no era tan importante, recordemos que era la Belle Epoque y Paris era el centro del mundo. Fue cuando Charles Baudelaire tradujo las historias de Poe que este escritor alcanzó notoriedad mundial. Pero necesitó de la traducción de otro escritor muy talentoso, si hubiese corrido con el azar de un traductor al francés con poca sensibilidad, es muy probable que hoy Edgar Allan fuese otro escritor desconocido. 


Un caso especial lo constituyen los escritores capaces de escribir en un idioma diferente al suyo. Cuando digo que un idioma es el suyo, me refiero al idioma con el que aprendió a hablar y a escribir. Casi siempre este hecho deja profunda huella en los seres humanos. No somos capaces de crear en otro idioma. Salvo notables excepciones. Por ejemplo, Josef Conrad, escritor polaco que hizo del inglés su propio idioma, aunque lo aprendió siendo un adulto, y pudo escribir importantes novelas que han trascendido en la historia de la literatura. 


UN CUENTO DE NAVIDAD EN THANKSGIVING

 Como casi todos los años, desde que vivían en Pittsburgh, estaban invitados a cenar en casa de Diane y Henry por Thanksgiving day, una celebración que nunca existió en su vida anterior, en Venezuela, pero que se había convertido en una ocasión importante, sobre todo luego del confinamiento por la pandemia. 


Habían pasado un año casi sin salir de casa, sin encontrarse con amigos, literalmente amordazados y escondidos, hablando un lenguaje de señas cuando era ineludible pedir o dar algo. 

Ahora se abría la posibilidad de verse en persona, tal vez abrazar a la gente querida, entrar otra vez a una casa cálida y familiar donde se sentían bienvenidos. 


Ella quiso llevar un postre para disfrutar en la mesa de quienes sentían como familia y agradecer su cobijo y protección. Una torta Tres Leches venezolana sería perfecta, ya la había preparado muchas veces y tenía todos los ingredientes. La cocinaría el día anterior para evitar apuros. 

El primer merengue se dañó, no subió y terminó tirándolo por el desagüe.


Cuando la torta estuvo casi lista, se imaginó que un toque de ron exaltaría su exquisitez. Era absolutamente necesario que supiera a ron.  Pero desde hacía años en la casa no había ningún tipo de alcohol y ya era  muy tarde para salir a comprar. El invierno había llegado y aunque no eran más de las siete de la noche, la calle estaba vacía, oscura y helada. Una lástima. 

Mientras más pasaba el tiempo más se convencía de que el ron era ineludible. 


En la planta baja del edificio había un restaurante. El maître era un chico con el que se había cruzado muchas veces: él fumaba en el patio cuando ella sacaba al perro por las noches.


No lo pensó más y bajó al patio oscuro, solitario y helado, llamó a la puerta de atrás del restaurant pero nadie abrió. Había un cartel que sugería ir por la entrada principal. 

Ella dudó un poco. 

¿Cómo entrar a ese restaurant elegante para pedir un poco de ron, como una indigente? ¿Sería capaz de hacer algo así? 



Se asomó con sigilo y llamó al maître, que estaba cerca de la puerta. Él vino enseguida y le preguntó cómo podía ayudarla.  

  • Mira, qué vergüenza, estoy haciendo una torta y no tengo ron y es imprescindible que me vendas una o dos medidas. 


El chico fue hacia el bar y regresó al rato con un vasito que le entregó sonriendo. 


-¿Cuánto es? - dijo ella, agradecida. 

- Nothing. 

Happy thanksgiving day.


Cuando salió a la calle otra vez, había comenzado a nevar.