1.30.2020
Registro
Solo los seres humanos tenemos códigos tan complicados para comunicarnos. La palabra que yo digo, que es una imagen en mi mente, puede ser comprendida, de manera general, por quien me escuche. Esto es la lingüística, que no deja de maravillarme. No solo usamos estos códigos para hablar y ser escuchados, también tenemos alfabetos para dejar lo que pensamos por escrito.
Ahora digo, rama de pino, canción de la infancia, perfume de eucaliptos. Puedo nombrar cosas que no son de la materia y nunca lo fueron y sé que le saldrán alas a la imagen yo nombre y se hará eterna. Ya no se detendrá su vida nunca jamás y tendrá muchísimas formas, colores, sabores y olores.
1.09.2020
Tomé un libro de la biblioteca
Por cierto, la biblioteca, que fue frondosa, que ocupaba todas las paredes en nuestra madriguera en Caracas, luego llegó mermada en cajas a Pittsburgh donde igualmente ocupó paredes hasta en la cocina. No sé si todos esos libros estaban allí para ser leídos. Probadamente no fue así, era para estar abrigados con esa imagen. Cuando abríamos los ojos, veíamos la pared con lomos de colores, letras escritas, sabíamos que había allí historias que discurrían a diferentes escenarios, diferentes épocas, incluso de cuando uno mismo ni siquiera vivía, y que caracteres diversos las vivían y las explicaban o eran explicadas por una voz susurrante.
Leer un libro. Casi nadie lee un libro de una sola vez, a menos que sea "El Perfume¨ de Suskind, caso rarísimo de adicción a una novela, pero del resto, por lo general leo (acostada en mi cama) hasta que los ojos se me cierran y ya no entiendo lo que estoy leyendo. A veces leo en voz alta pero eso tampoco garantiza que vaya a entender lo que estoy leyendo cuando ya me he dormido. El libro se queda hasta allí, se interrumpe la historia colorida o trágica o alegre o aburrida se queda allí, con el libro cerrado y otra vez en la mesita, pero no ha concluido en mi razonamiento. Tal vez el lector da vida a lo que dicen los libros cada vez que los lee. Mientras no son leídos, esas historias o tratados o figuras están muertos.
Las bibliotecas, en esos casos, son como los cementerios.De niña iba con mi abuela a un cementerio fascinante que se llamaba "San Jerónimo". Había allí inmensos mausoleos de mármol, estatuas, puertas de hierro con vidrios para espiar a través de ellos y adentro solía haber una especie de mesa de mármol, era la tumba, claro, y un ángel de mármol también y flores secas. Letras que decían el nombre de quien estaba allí, dicen que descansando.
El libro que tomé de la biblioteca es La Invención de Morel, de Bioy Casares. Y lo dice exactamente como lo pienso. Se superponen las realidades, la recordada, la leída, la vivida.
Descansan los libros mientras no son leídos? O se cansan cuando los lee mucha gente? He pensado en libros olvidados por muchísimos años. Me encantaría encontrar un tesoro así. Abrir sus páginas y escuchar de pronto un montón de gritos, volver a cerrarlo. Silencio. Abrirlo lentamente. Música. Colores.
En esa biblioteca inmensa que estuvo en las paredes de nuestra casa en Caracas, llegué a pensar que había un abismo infinito hacia atrás, porque algunos libros que había acomodado en los estantes de pronto desaparecían, como si se hubiesen caído al universo irrecuperable por la parte desde donde no podía rescatarlos. Y sí, creo que las casas donde habitamos tienen al menos un portal por donde salir a otras realidades, por donde comunicarnos con otras personas presentes o pasadas.
Un tesoro irrepetible
Asomados a la cubierta del barco que nos llevaba a la isla, vimos el fondo de la mar océano. Yo había soñado la noche anterior que en la arena de esa playa encontrábamos tesoros ocultos: algunos collares de piedras azules, cadenas de plata, anillos, diademas y cruces de piedra caliza bordeando los cofres, porque el tesoro, claro está, era resguardado por antiguos muertos, y de los huesos de esos muertos estaba hecha la arena de la playa. Una playa densa y blanquísima, cegadora como mi sueño. No encontramos nada a nuestra llegada. Es decir, la playa, el mar transparente, peces de todos los colores, una quietud perturbadora, troncos de palmeras derrumbadas que llegaban hasta el agua, el cielo calmo, la quietud, el silencio. Los tesoros habían sido saqueados hacía tiempo, y sin embargo, esa isla en la soledad del mar, los corales que podían verse desde la orilla, los peces, las aves marinas y nosotros, temibles intrusos, componíamos en la tarde una visión que de alguna manera quedaría enterrada en la arena de ese lugar: un tesoro irrepetible. Luego alguien soñaría con esto y tomaría un barco para venir a buscarlo.
Asomados a la cubierta del barco que nos llevaba a la isla, vimos el fondo de la mar océano. Yo había soñado la noche anterior que en la arena de esa playa encontrábamos tesoros ocultos: algunos collares de piedras azules, cadenas de plata, anillos, diademas y cruces de piedra caliza bordeando los cofres, porque el tesoro, claro está, era resguardado por antiguos muertos, y de los huesos de esos muertos estaba hecha la arena de la playa. Una playa densa y blanquísima, cegadora como mi sueño. No encontramos nada a nuestra llegada. Es decir, la playa, el mar transparente, peces de todos los colores, una quietud perturbadora, troncos de palmeras derrumbadas que llegaban hasta el agua, el cielo calmo, la quietud, el silencio. Los tesoros habían sido saqueados hacía tiempo, y sin embargo, esa isla en la soledad del mar, los corales que podían verse desde la orilla, los peces, las aves marinas y nosotros, temibles intrusos, componíamos en la tarde una visión que de alguna manera quedaría enterrada en la arena de ese lugar: un tesoro irrepetible. Luego alguien soñaría con esto y tomaría un barco para venir a buscarlo.
Para Nidia Bonnet de Wdowik
Mariana
Te paras frente al espejo y trazas un ojo por encima del ojo. Con lápiz negro y afilado escribes minuciosamente el contorno de ese centro acuoso que da vida a tu cara.Le dibujas una forma nueva, lo alargas más allá, hacia un costado de tu rostro, hacia el cabello que cae en ondas por la espalda, oscuro y gitano.
Quieres parecerte a otra cara imaginada, levemente intuida, quieres que al mirarte, el que te mire piense que no eres tú la que está mirando, que tu centro acuoso denote otros pensamientos, y que esconda bajo llave lo que tú sientes.
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