Como esta tarde tengo que encontrarme con Cecilio en la torre, aprovecharé
el permiso de prisión para enviarte este mensaje urgente. En realidad, sólo
quería explicarte por qué anoche, entre sueños, te dije que me ahogaba.
Tú te asustaste como siempre, encendiste la luz, me trajiste agua, y no
entendiste nada, como siempre. Es que me habías sacado en medio de la noche,
aún envuelta en el caracol del sueño, y me habías llevado a caminar por una
calle llena de brotes. Como siempre que estoy cercana a los brotes, me sentía a
punto de algo extraordinario. Digamos, explotar en un montón de plumas, por
ejemplo. Y mucho más porque me habías vestido con un zapato blanco y el otro
amarillo.
Cuando te sonreí y te los mostré, levantando en el aire los dos pies al
mismo tiempo, tú me dijiste lleno de tristeza, que se trataba de un error y que
debíamos regresar muy rápido a tu cuarto.
Entonces fue que me caí. Ya la madrugada, los brotes y los zapatos habían
desaparecido, y sólo me encontraba rodeada de frutos marrones y espinudos. Por
eso te grité que me ahogaba.
Ahora, aunque tú te hayas reído diciendo que nada tiene importancia ya que
sólo se trata de un sueño, yo quiero preguntarte algo que no ha dejado de
atormentarme en todo el día: ¿por qué me diste agua cuando supiste que me
estaba ahogando?
De "En caso de que todo falle" (Eclepsidra, 1997)
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