lecturas medievales,
de toda la vida. Ese mundo donde podía ocurrir lo que uno veía o alguien
contaba, pero también ocurría un significado paralelo, algo de magia o de
resonancias simbólicas, de sueños, de seres imposibles de constatar estando en
la realidad que va acorde con el resto de las cosas y las personas normales. Si
era de rezarles a los santos, a los ángeles, a quien viniera a cuento, me
sentía encantada, siempre había alguien que podía rescatarme de la verdad.
Porque la verdad era que en cualquier momento se sabría, se descubriría que yo
no era tan buena, tan pequeña, tan inocente, la linda persona, tan niña
estudiosa o colaboradora, eso tenía que saberse en el momento más insospechado
y entonces existía el recurso supremo de pedirles a los angelitos que no
permitieran eso. Y no lo permitieron jamás. Eso lo tengo claro.
Ahora, volvemos a
la base de todo. Los cuentos medievales. Estamos retomando desde hace mucho
tiempo, la realidad del cuento medieval ligado al sueño. Si, porque leo en voz
alta los libros medievales justo en el momento en que ya estamos dispuestos a
dormir, más apropiadamente cuando el sueño casi nos está venciendo. Entonces
todas esas historias fantásticas adquieren el don supremo de entremezclarse con
el sueño. Dijiste eso? Eso dice el libro? Así mismo? Me pregunta quien escucha
el cuento que leo. Me despierto en ese momento y le digo que tengo que regresar
unos párrafos a ver. Y no. La locura que dije no está escrita por ninguna
parte. Así cuando leímos Tirante el Blanco. Qué estupendo libro, pero qué
estupendos sueños también. Desearía poder compartir los sueños, que los dos
soñáramos lo mismo, o por lo menos, circunstancias y escenarios y personajes
vestidos de igual manera, una parte la soñaría yo, y luego, en la conversación
amanecida, iríamos trenzando la solución de la historia.