Vi la casa de la fotografía y pensé que así debe ser la memoria nuestra. Con algunos cuartos clausurados, otros donde la luz del sol llega sólo débilmente. Una casa antigua, extrañamente visitada por una sola persona: nosotros mismos.
Aparte de esto, aunque se vea abandonada y llena de hojas secas, para su dueño es entrañable y vería con horror la alternativa de perderla, aunque a cambio le ofrecieran otra más nueva, con vecinos amables y corteses y recién pintada.
Para mi suerte, la puerta de mi casa se abrió el día en que tú sabías y podías hacerme regresar. Desde entonces disfruto abriendo gavetas y reconociendo retratos de gente que pudo haberse perdido para siempre. Haber recuperado esta capacidad me hace sentir muy afortunada. Porque sólo en esta casa mía está el espejo en donde puedo ver mi rostro.
(Para Carlos Russián)